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Resenha: "La mano en el canal de maryse renaud en el vortice de un conflicto dentitario: Emiliano Coello Gutiérrez – Emiliano Coello Gutiérrez




LA MANO EN EL CANAL, DE MARYSE RENAUD: EN EL VÓRTICE DE UN CONFLICTO IDENTITARIO
Reseña de Renaud, Maryse. La mano en el canal. Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2012.
 
Emiliano Coello Gutiérrez
 
La novela La mano en el canal (2012), última obra de la escritora martiniquesa Maryse Renaud, es una muestra más de lo que ya comienza a ser un mundo literario genuino e inconfundible, una realidad ficticia marcada por unos personajes en perpetua liza de su yo problemático con el mundo, en la más estricta tradición de la narrativa burguesa. En En abril, infancias mil (2008), libro de cuentos de la autora, se trataba de una niña contestataria y juguetona que con las poderosas armas del humor y de la fantasía se rebelaba contra el entorno de los adultos, marcado por los prejuicios, el desencanto y una jerarquía que en muchas ocasiones esconde el miedo que les provoca a los “mayores” eso que llamamos vida. El cuaderno granate (2009) representa de igual modo el cuestionamiento de unas leyes sociales (la idea de progreso, el honor familiar, el triunfo a toda costa) cuyo ciego seguimiento puede consumir el germen de la vida, como ocurre con la familia Granval, cuyo patriarca Edgar, prototipo del hombre moderno (exitoso, rico y políticamente comprometido), echa a perder con su fanatismo dogmático la vida de su mujer Clarysse y la de su hijo Miguel, hasta que este último decide sublevarse contra la tiranía de unas señas de identidad prestadas que impiden el libre desarrollo de su creatividad y de su individualidad. Si en En abril, infancias mil el conflicto principal lo configuraba el enfrentamiento de una niña con el concepto de Autoridad forjado por los adultos, y en El cuaderno granate el meollo de la trama supone la puesta en entredicho que hace Miguel de los dogmas de la modernidad (“les grands récits” sobre la nación, el progreso o el compromiso ideológico), en La mano en el canal la esencia del problema tiene que ver con la interacción entre el yo complejo del psicoanalista Axel y el impermeable discurso identitario de la sociedad que lo rodea.
Axel es un expatriado más de la literatura de Maryse Renaud, un hombre nacido en La Martinica cuya vida se desarrolla en la metrópoli, un exiliado que por esa misma razón mira el mundo desde una óptica diferente a la de quienes no han tenido que plantar la raíz de sus vidas en otro suelo. El infierno de Axel Grangier tiene un nombre y un apellido precisos, Hugo Grangier, su hermano gemelo, su doble físico pero no espiritual, su “alter ego” que como todo sosia provoca sentimientos encontrados de admiración y de repulsión. Hugo fue siempre el protegido de los dioses, el objeto del cariño y de la atención de la madre Roxane, el niño feliz que, según el dictamen común, debería desembocar en el adulto exitoso. Otro es el caso de Axel, quien desde su más tierna infancia se ve obligado a abandonar su tierra por París y a sustituir el amor materno por los cuidados de una tata abnegada, de nombre Alba. El resultado de este desequilibrio es la forja de dos personalidades completamente distintas, ya que Hugo afronta la vida de un modo épico, mientras que Axel la concibe de un modo dramático, y hasta patético. Hugo es el prototipo del emprendedor, el aventurero que renuncia a una vida de comodidades para internarse en la caótica Guatemala de los años ochenta. Axel es el psicoanalista hastiado de una vida monótona e invadido por los dilemas (a menudo banales) de los pacientes-clientes de su prestigiosa consulta parisina. Axel siempre quiso ser su doble, y malgasta buena parte de su vida intentando encajarse un traje ajeno que ni siquiera le viene completamente a la medida a su hermano, porque no es otra cosa que una abstracción cultural, y la epopeya es, tiene que ser forzosamente maniquea.
Sin embargo, el transcurso de esta última novela de Maryse Renaud roe y diluye este bifrontismo épico al enfrentarlo (como hizo la novela realista con la romántica) a la diversidad de la vida y sobre todo a la sustancia poliédrica de la psicología del individuo, y de esta suerte sabemos que Hugo no es ni fue nunca tan perfecto, completo y cerrado como los otros y él mismo quisieron hacer creer, y que es Axel y no su doble aventurero el arquetipo del amado, el personaje ambiguo cuya doble cara (a modo de dandi balzaciano) provoca la pasión de las mujeres, como lo prueba el caso de Celia.
Pero Axel tampoco quiere para sí esta otra fijación, porque ha aprendido patéticamente (en el sentido etimológico del término) el alto coste que significa adaptar los recodos laberínticos de la personalidad individual a unas señas identitarias establecidas, clausuradas, cerradas y determinadas. De este modo la novela se cierra con unas líneas que unen nuestro más inmediato presente con aquella remota filosofía griega del devenir, esa cuya resonancia se salta varios siglos de religión y de modernidad dicotómicos para propugnar hoy un equilibrio natural basado en la perennidad, el cambio y la unidad de los opuestos: “Se siente feliz, confiado. Ha renunciado a impaciencias, a escalar un imposible cielo. Mira fijamente sus pies, anclados en la tierra. En sus labios flota una indefinible sonrisa”. Los personajes de las obras de Maryse Renaud son, como se ve, abiertos, complejos e indefinibles como la literatura y la vida de la que se nutren, y es precisamente esta parcela de misterio que irradian la que conforma su innegable interés.




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